Hoy es posible encontrar azúcar literalmente hasta en la sopa, pero no siempre fue así. Para que el azúcar se convirtiera en el producto omnipresente que es ahora fue necesaria toda una serie de procesos geopolíticos y económicos que han tenido y siguen teniendo gran importancia en el devenir del mundo. En el auge del “poder dulce” han participado desde imperios coloniales hasta las mayores corporaciones alimentarias de la actualidad.
El azúcar común, o sacarosa, es un compuesto que se encuentra naturalmente en muchas plantas, aunque la industria azucarera la obtiene exclusivamente a partir de dos: la caña de azúcar, que supone el 86% de la producción mundial, y la remolacha azucarera, con el restante 14%. Su uso edulcorante es bien conocido, pero el azúcar también se emplea en muchas otras cosas, desde biocombustibles a bebidas alcohólicas. El proceso de producción del azúcar, que va desde la extracción de la sacarosa de la planta hasta su refinamiento, se ha ido perfeccionando a lo largo de los siglos en lugares muy dispersos del globo e involucrando a civilizaciones de los cinco continentes hasta convertirse en un producto consumido en todo el mundo
La caña de azúcar fue domesticada por primera vez en Nueva Guinea, procesada en la India y producida masivamente en el trópico americano, en las plantaciones coloniales británicas y francesas. Los árabes fueron la primera civilización que impulsó su producción en la cuenca mediterránea, y quienes llevaron el azúcar a Europa y África a través del comercio y la conquista. Durante toda la Edad Media, el azúcar era considerado una especia, no un edulcorante, y se trataba de un bien extremadamente escaso y exótico en gran parte del mundo. Por ello, su uso estaba limitado a las élites, que lo usaban como símbolo de poder y riqueza.
La expansión del azúcar
La exclusividad del azúcar empezaría a cambiar con el descubrimiento de América, a donde Cristóbal Colón llevó el azúcar en el segundo de sus viajes. Los españoles fueron los primeros en cultivar la caña de azúcar en el continente, pero con escasa relevancia, pues sus intereses económicos se centraron especialmente en la minería de plata y oro, relegando otros productos a un segundo plano. Por el contrario, otras potencias europeas asentadas en América, como el Reino Unido o Francia, dieron más importancia a otros productos estratégicos, entre los que destacaban los de las plantaciones, como el algodón, el índigo, el cacao, el café y, especialmente, el azúcar. 

El comercio de esclavos durante la Edad Moderna

Las plantaciones coloniales de azúcar fueron una de las primeras formas de industria de la historia, anteriores incluso a la Revolución Industrial. El jugo de la caña de azúcar debe procesarse lo antes posible para conservar su calidad, lo que hacía imprescindible instalar grandes talleres en las propias plantaciones donde se moliese, hirviese y refinase el azúcar. Algunos autores sostienen incluso que estas plantaciones fueron un embrión del capitalismo moderno que estaba por venir, ya que, aunque la mayoría de su mano de obra era esclava, también contaban con un número importante de trabajadores asalariados, en su mayoría colonos provenientes de las clases marginadas de Europa, lo que es más propio del capitalismo industrial que del sistema feudal anterior.
Las muchas propiedades del azúcar hacían de este un producto codiciado por todas las clases sociales, no solamente las más ricas. El azúcar tiene un alto valor energético, que permite aguantar mejor las largas jornadas de trabajo de las clases bajas. Su sabor dulce también es apreciado en todo el mundo, y especialmente en aquellas épocas, ya que aportaba algo de color a unas comidas generalmente muy poco variadas tanto en productos como en sabor. Además, al igual que la sal, el azúcar permite conservar mejor los alimentos perecederos y, según un estudio de la Universidad de Stanford, es ocho veces más adictiva que la cocaína. Por ello, en cuanto se hizo accesible para las clases populares, su demanda no hizo más que crecer y crecer. En el siglo XVI su consumo se multiplicó por dieciocho a nivel mundial y a mediados del XIX dejó de ser un lujo para convertirse en el primer producto importado de primera necesidad de las clases trabajadoras de media Europa, una evolución que ningún otro alimento ha experimentado nunca.
De esta manera, el azúcar y su mercado se convirtieron en una de las principales fuerzas económicas y demográficas de la historia. Para su producción y comercialización fueron esclavizados millones de africanos, enviados a Sudamérica, el Caribe, las Guayanas y Brasil, pero también al sudeste asiático. Los que más esfuerzos dedicaron a la producción del azúcar fueron los británicos, que movilizaron ingentes cantidades de capital y esclavos en sus plantaciones en América. Para los británicos, controlar un mercado en continuo crecimiento como el del azúcar supuso un impulso enorme en su carrera por dominar el mundo, y tuvo una importancia determinante a la hora de superar a otros imperios coloniales como el español o el portugués. De hecho, es aquí cuando se desarrolla la producción de azúcar en zonas no tropicales a través de la remolacha, una maniobra de Napoleón para intentar contrarrestar el poder comercial que los británicos obtenían de su dominio sobre la caña de azúcar tropical.

Niños y adultos esclavos trabajando en plantaciones de caña de azúcar.


Estos hechos ayudan a explicar fenómenos que pueden parecer curiosos, como el supuesto carácter goloso de los británicos o su pasión por el té, otro de los productos estrella del colonialismo británico. En un período en el que las relaciones comerciales con los demás países no eran ni mucho menos libres, el masivo consumo interno de té y azúcar fue fundamental para dar salida a la producción y garantizar la riqueza de la Corona y empresas como la Compañía Británica de las Indias Orientales, forjando tradiciones gastronómicas que llegan hasta la actualidad.

El desencadenante definitivo de la expansión del azúcar por los cinco continentes fue el desarrollo del capitalismo moderno, que acabó con las relaciones mercantilistas previas e impuso el comercio libre. La mejora en las técnicas de extracción, producción y refinamiento del azúcar, tanto de la caña como de la remolacha, abarataron su precio, al igual que el de otros productos importados que se convirtieron en indispensables para gran parte de la población mundial, como el té y el café, muy vinculados al consumo de azúcar. Así, su gran variedad de usos convirtió rápidamente al azúcar en un básico de la industria alimentaria, algo que no ha dejado de aumentar con el tiempo.

Un mercado en continuo crecimiento 

La producción de azúcar no ha parado de aumentar desde hace más de cinco siglos, salvo excepciones puntuales como la revolución de esclavos de Haití (1791-1803). El gran auge del azúcar se produjo especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, aunque este no parece haber terminado todavía: solo en la última década, desde 2011, la producción ha aumentado un 26% hasta alcanzar las 207 millones de toneladas anuales que se prevén para la campaña 2021-2022. El azúcar está hoy presente en el 80% de los alimentos y supone el 20% de las calorías consumidas a nivel mundial, el doble de lo recomendado por la OMS. Este pequeño cristal ocupa un lugar predominante en la dieta mundial, afectando de forma general a todas las clases sociales y países.


Quince mayores productores de caña de azúcar del mundo en 2016, clasificados según su puntuación en el Índice de Desarrollo Humano (IDH): en azul más oscuro aquellos con mejor calificación y en azul claro los que peor

Detrás de este consumo a gran escala hay un negocio de iguales proporciones. Entre los mayores productores de azúcar del mundo están gigantes como la británica AB Foods, propietaria, entre otras muchas empresas, de la cadena textil Primark, o la singapurense Wilmar, que domina el mercado del aceite de palma. También la alemana Sudzucker, la empresa que más azúcar produce del mundo, o la estadounidense Cargill, propiedad de la familia Cargill-Macmillan, la familia con más milmillonarios del mundo, catorce, y la mayor compañía privada de EE.UU., así como otras compañías brasileñas o tailandesas. Estas empresas tratan el azúcar para obtener todo tipo de productos, no sólo comida: también es muy importante en la producción de etanol y otros biocombustibles, a la que se destina el 20% de la caña de azúcar del mundo, o para la melaza con la que se fabrican bebidas alcohólicas como el ron.

Sin embargo, el verdadero negocio del azúcar se encuentra en la alimentación procesada, en la que se incorpora el 80% parte del azúcar que consumimos en nuestro día a día. Los máximos exponentes de este fenómeno son los refrescos o la bollería, pero la gran mayoría de alimentos procesados contienen azúcar añadido en mayor o menor medida, desde el pan de molde hasta el tomate frito. Sus cualidades convierten al azúcar en un enmascarador perfecto: es capaz de hacer apetitosos alimentos de baja calidad, aumentar el volumen de la comida, equilibrar la acidez de ciertos productos o ayudar en su conservación. Ello permite a los fabricantes utilizar materias primas más baratas y en menor cantidad sin que sus productos pierdan atractivo para el consumidor. De hecho, muchos alimentos que se asocian popularmente con el sabor dulce por su alto aporte de azúcar son todo lo contrario en su estado natural, como el chocolate, que en realidad es amargo.

Esta indiscriminada presencia del azúcar en la dieta tiene consecuencias negativas sobre la salud de las personas. Como otros productos, el azúcar tiene muchos beneficios —como su aporte energético— si se consume con moderación y muchos inconvenientes si se abusa de ella. Sus mayores problemas derivan del hecho de que aporta muchas calorías “vacías”, las que no van acompañadas de ningún nutriente, y su consumo puede ocasionar obesidad, enfermedades cardíacas o problemas dentales como caries, que se han convertido en un problema sanitario muy grave a nivel mundial. El impacto de la ingesta masiva de azúcar se aprecia claramente en el aumento del número de enfermos de diabetes, la enfermedad más asociada con ello: si en los ochenta había unos 108 millones de diabéticos, ese número se había cuadriplicado en 2014 hasta los 422 millones. De hecho, varios estudios hablan de que ya hay más muertes por obesidad que por hambre en el mundo.


Consumo mundial de azúcar en calorías (2007). 
Fuente: Harvard College Global Health Review


La Organización Mundial de la Salud, entre otros colectivos y entidades, ha pedido a los Gobiernos que limiten la presencia del azúcar en la dieta, pero las principales compañías también se han hecho valer en ese terreno. La industria azucarera cuenta con uno de los lobbies más potentes del mundo, que lleva decenas de años presionando contra las regulaciones que puedan afectarles negativamente o financiando estudios que resalten las bondades del azúcar.
Sólo en la UE existen doce lobbies directa o indirectamente relacionados con el azúcar, que emplean millones de euros para influir en las políticas europeas. Las productoras también cuentan con representantes en los diferentes partidos y Gobiernos de los principales países productores. Especialmente significativos son los esfuerzos de las principales consumidoras de azúcar del mundo, como Coca-Cola, Nestlé, Pepsico o Kellogg, que cada año destinan decenas de millones para influenciar la opinión y el debate público en todo el mundo o financiar “organizaciones fachada” que sirven para representar sus intereses en todo tipo de ámbitos, no solo en el político.

El lado amargo del azúcar

Los problemas del azúcar no se limitan a la salud. Aunque la mano de obra esclava sea cosa del pasado, las condiciones laborales de los trabajadores del azúcar siguen dejando mucho que desear, especialmente desde que la industria azucarera europea está siendo desplazada al sudeste asiático. La producción de remolacha europea se ha reducido a la mitad desde el 2005, mientras que países como India, Brasil o Tailandia concentran cada vez más plantaciones de caña. Y existen múltiples evidencias de que en estas plantaciones hay trabajo forzado e infantil, falta de medidas de seguridad, salarios muy bajos y jornadas de trabajo muy largas.

El impacto medioambiental de las plantaciones de caña de azúcar también es un problema importante. La producción industrial maximiza sus resultados con plantaciones kilométricas tratadas con productos químicos y pesticidas, que contaminan gravemente la tierra y los acuíferos, poniendo en riesgo la salud de la población local y el ecosistema. Además, estas plantaciones suponen deforestar las zonas en las que se instalan, y exigen un alto consumo de agua en regiones que muchas veces no están preparadas para ello: el 30% de las plantaciones de caña están situadas en zonas con problemas de suministro de agua. La caña de azúcar necesita ingentes cantidades de agua —unas cinco veces más que otras cosechas, entre 1.500 y 3.000 litros por kilo— lo que agrava aún más los problemas para la vegetación y población local. 

El mercado del azúcar factura anualmente unos 80.000 millones de dólares estadounidenses y emplea a millones de personas en todo el mundo, siendo un sector muy importante en países como Brasil, el mayor productor del mundo, Tailandia o Sudáfrica. Por si fuera poco, el azúcar, como otros productos básicos, sigue siendo un asunto relevante en la negociación de acuerdos de libre comercio, como el NAFTA norteamericano o distintos acuerdos de la UE, y su regulación continúa siendo objeto de negociaciones políticas a los más altos niveles. 
Así, aunque poco se parece ya al mercado que dominaban los imperios coloniales, el negocio del azúcar influyó enormemente en la configuración económica y política del mundo. Al igual que las élites británicas no hubieran podido financiar sus expediciones de conquista ni grandes bancos como Lloyd’s o Barclays sin el dinero del azúcar, las grandes corporaciones alimentarias no tendrían el poder y la influencia que tienen hoy sin lo que les reporta su uso masivo.

El principal problema del azúcar sigue siendo su modelo de producción y consumo, aunque este haya cambiado por completo. Si antes dependía de la esclavitud de africanos y de la conquista de territorios, hoy se mantiene a costa de los derechos laborales de millones de personas y de la destrucción del medio ambiente, y sigue beneficiando a una élite exclusiva. Además, para mantener la rentabilidad, la industria azucarera tiene que poner en circulación más azúcar de la que nuestros cuerpos deberían consumir, lo que provoca graves problemas sanitarios. Es el lado más amargo de un producto que sólo debería ser dulce, pero eso solo cambiará si cambian las bases del negocio del azúcar.