Días atrás, en un canal de TV argentino, se mostraban coloridos mapas para ilustrar la expansión del coronavirus sobre el planeta. A través de una sucesión de planisferios con división política, se representaba la progresión diaria de los países que se sumaban con sus primeros casos de infectados. El espectáculo era terrorífico por su velocidad. No importaba si el país tenía una extensión geográfica de 70 mil kilómetros cuadrados, como la República de Georgia, o de 17 millones, como Rusia. En ambos casos el número absoluto de personas infectadas era bajísimo, pero quedaban equiparados con la diminuta Corea del Sur o la extensa China, que contaban con muchos. A eso sumémosle que los planisferios exhibidos estaban confeccionados con la clásica proyección cartográfica de Mercator, la cual representa al hemisferio norte (donde comenzó la epidemia) como proporcionalmente mucho más extenso de lo que en realidad es. Luego, una mañana, con fruición, informaron que nuestra situación “ya es tan grave como la de Chile” por estar Argentina casi equiparada con el país vecino en el número absoluto de infectados. Lo que en ningún momento dijeron es que la tasa de infección en la población de Chile seguía siendo mucho mayor que la de Argentina, porque nuestros vecinos tienen un 60% menos de población que nosotros.
Es evidente que, en la loca carrera por querer pronosticar que la Argentina va hacia el abismo epidemiológico, en la convicción televisiva de que somos los peores de la región, se manipulan datos geográficos sin mayor pudor.
Así como los infectólogos, con sensatez y serenidad, nos instan a tomar medidas de higiene básicas y a autoaislarnos si presentamos síntomas sospechosos, nosotros, como geógrafos, proponemos estar preparados para identificar a esa maquinaria de la cartografía del espanto que nos torna miedosos y proclives a vaciar egoístamente farmacias y supermercados.
A partir de la conciencia de la necesidad y derecho a no ser intoxicados con la información, nos podemos hacer una pregunta: ¿por qué no se puede también, en paralelo a los datos sobre sopas de murciélagos, cruceros, o lustrosos aeropuertos, agregar alguna mención sobre el agua estancada en Argentina, la cual está distribuida desigualmente? Pero, no obstante, ya sabemos: para los requerimientos televisivos no es igual de impactante el escaso alcance geográfico de pocos metros del modesto vuelo de un mosquito Aedes aegypti desde su cacharrito de origen en zonas pobres, que los millones de metros recorridos en pocas horas por un avión proveniente de Miami.
En la década del setenta un geógrafo francés, Yves Lacoste, nos prevenía frente al uso de la geografía por parte de los estados mayores para hacer la guerra. En esa línea, pero más modestamente y en versión vernácula, aquí se propone realizar una lectura atenta del acontecer geográfico para estar prevenidos, no tanto ante una posible guerra convencional ajena a los intereses de las mayorías, sino ante un ataque más pedestre, pero igualmente muy nocivo: el de la lógica mercantil del amarillismo barato.
Por último, algo muy importante es apelar a la responsabilidad de cada persona para que permanezca en su casa, en cuarentena, cuando se lo considere necesario, aunque se sienta muy bien: ya bastantes problemas se generan con la desinformación sobre el comportamiento socio geográfico del dengue afectando, silenciosamente, en geografías no televisadas, a los más desprotegidos de la sociedad, como para sumarles otro padecimiento.
* Geógrafo. Centro de Estudios Geográficos UNSAM
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